viernes, 2 de octubre de 2009

(1987) UN DREAN QUE NO ES LAVARROPAS


Era el último año del Industrial. No fui abanderado, ni siquiera escolta. No tenía compañera para entrar a la Fiesta de Egresados, no sabía qué iba a seguir estudiando. No me gustaba Taller. No usaba pantalones nevados, gel en el pelo y ni botas texanas en los pies. Por fin gobernaban muchas provincias los peronistas pero parecía que a muchos compañeros y docentes eso no les simpatiza.


El profesor más joven y soberbio del Industrial fue designado Jefe del gabinete de computación, un aula/oficina con más medidas de seguridad que el pentágono y que disponía de 4 computadoras Drean Commodore 64. Era el último año del Industrial. Más que mirarlas 4 jueves entre las 20 y las 22 en todo el año, otra cosa no hicimos. Sabíamos que si estaban allí no sería para jugar pero ignorábamos redondamente sus utilidades o aplicaciones. Yo mecanografía ya sabía, parecían tener el teclado más blando pero no le encontraba otra virtud.


Por esos años un compañero, Iván Torti, ya tenía una en su casa y en cada clase le hacía sentir al profesor que sabía más que él. Y eso estaba bueno. En realidad Iván sabía mucho de varias disciplinas. En su casa, solo entré una vez, había muchos libros, muebles modernos y hasta un cuadro con su familia paseando en EEUU. Iván no era como el resto. Llegó a ser abanderado sin mayores esfuerzos y dejó de serlo por unas amonestaciones injustas que no le provocaron mayores disgustos.


Su padre era un reconocido abogado que ya hacía carrera en Tribunales y que además era propietario de un comercio dedicado a la ropa de hombres ubicado en una calle céntrica. Allí se congregaban Iván y sus amigos, muchos compañeros del Industrial, para hacer bromas con la computadora. Al lunes siguiente de cada fin de semana escuchaba yo lo que habían hecho. Se trataba de esconderse detrás de la vidriera que, además de exhibir trajes, camisas y corbatas, tenía un televisor conectado a la Drean. Iván y sus amigos, desde bambalinas, ingresaban mensajes alusivos a las personas que se detenían en la vidriera y no podían evitar asombrarse que un televisor les interpelara con sus datos y cotidianidades. Para los desprevenidos paseantes, esa situación debió parecer bastante misteriosa y el “boca en boca” se encargó de difundir la novedad. El chiste se prolongó varios fines de semana, se hizo popular entre los jóvenes y llegó hasta donde el padre de Iván dejó que llegara.


Estaba bien divertirse un poco y la publicidad que llegaba por añadidura pero al fin de cuentas se trataba de un comercio serio y respetable y la cosa no podía seguir.

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