jueves, 15 de octubre de 2009

(1991) Peaje de James Craik: Sister, Troxler y el Pepe


Gracias a la generosidad de una profesora conseguí un primer empleo estable. Era como cajero en la Estación de Peaje de James Craik, sobre la ruta 9 y los ingresos regulares me permitían radicarme de modo definitivo en Villa María. El año anterior había fallecido mi padre y se hacía imperioso conseguir laburo para poder seguir estudiando.

Los tres primeros años trabajé en las cabinas administrando un artefacto que se asemejaba bastante a una caja registradora pero sabía que en las oficinas, ubicadas a un costado de la ruta, tenían unas súper computadoras que registraban todo.

Allí en las cabinas no había nada sorprendente ni demasiado sofisticado, solo la disposición de unos censores en el piso para la categorización de los rodados y la posibilidad de habilitar el paso de los vehículos con unas tarjetas de banda magnética. De más está decir que el sistema de registro de cobros era bastante vulnerable y que pronto lo advirtieron muchos compañeros que comenzaron a aplicar un sistema paralelo de peaje, para desvelo de las autoridades y esfuerzo del ingeniero que mensualmente hacía mantenimiento a las máquinas e intentaba limitar las posibilidades de “curro”.

Fue en esas circunstancias laborales que las computadoras volvieron a asemejarse a esa máquina de la infancia “que por algún secreto poder emitía de un modo impreso una información valiosísima para algo” Como cajero mi turno se extendía a lo largo de 8 horas en la cabina cobrando las distintas tarifas según circularan autos, pick ups, camiones, etc. Al cumplirse el horario debía apretar un botón llamado Fin de Turno en la caja que tenía en la cabina, juntar el dinero, los comprobantes y dirigirme a la Supervisión. De allí aparecía el Supervisor con una planilla impresa que registraba todos los vehículos que habían pasado, las categorías a las que correspondían, los horarios en que lo hicieron, lo que yo había cobrado y lo que debí cobrar, las cantidad de “violaciones” que se sucedieron, es decir vehículos que no me pagaron y cruzaron el peaje con el semáforo en rojo. Sobre el final de la planilla, que imprimía luego de una sucesión de procedimientos que concluían en un Print, Enter, Return, el supervisor leía una cifra que era el monto de lo que efectivamente debía ingresar a la tesorería. Esa información era inamovible. Si me faltaba dinero debía firmar un Reconocimiento de deuda, documento que inapelablemente se ejecutaba en cada mensualidad. En esos momentos la computadora era para mí una máquina arbitraria, injusta, demoníaca y cómplice de la explotación. No admitía camioneros con problemas mecánicos y faltos de dinero ni automovilistas desprevenidos ni trabajadores insolventes. No perdonaba un carrito enganchado en el paragolpes trasero ni el ropero cargado en un rastrojero en una mudanza lo que obligaba al cobro de tarifa doble. Era una máquina delatora también de la falta de destreza o de las distracciones de los cajeros. Y si no querías dejar el sueldo en la Tesorería tenías que ser indolente y aprender a sumar. Por aquellos años hice lo que correspondía.


Y tanto lo hice que conseguí un ascenso. Me nombraron Tesorero, me asignaron una oficina y podía usar corbata y pedir café todas las veces que quisiera. Eso hubiera puesto orgulloso a mi padre. Ese cambio de tareas también motivó un cambio en las herramientas para el trabajo. Como tesorero debía administrar los ingresos y egresos de plata en dos cajas fuertes y registrar esos movimientos en una computadora. La recuerdo bien, era de monitor blanco y negro y tenía instalado un programa llamado Sister que al parecer era una referencia a Sistema de Tesorería.

El programa era sencillo y no permitía otra cosa que llenar los campos habilitados para el ingreso de cifras, montos, plata. No me podía lucir en la utilización de todos los dedos en el teclado y eso me frustraba, un poco. Al igual que las computadoras que había visto en la oficina del profesor del Inescer esta también tenía el monitor montado sobre la CPU que se disponía en forma horizontal con la diferencia que las plaquetas gigantes que se insertaban para guardar los archivos ahora eran más pequeñas.

Ese trabajo rutinario de ingresar cifras e imprimirlas se veía matizada con el conteo permanente de dinero, la selección de billetes, el armado de cajas fijas de cambio para los cajeros que ingresarían al turno siguiente y el siempre excitante depósito de las sumas grandes a la caja fuerte central, esa de la que sólo tenían llave los trabajadores de Juncadella. Para el trabajo específico de Tesorería, la computadora no superaba en mucho a una caja registradora y las posibilidades de aprendizaje no eran muchas.


En las horas de la madrugada, cuando no había cambios de turno ni demasiado tránsito y el sueño se demoraba en llegar, solía jugar con un juego que tenía instalada esa oscura computadora. Se llamaba Carmen San Diego y consistía en hacer una pesquisa de ladrones por todo el mundo utilizando las pistas que informantes claves revelaban en cada sitio. Recuerdo que podía adoptar una identidad para ese detective y yo alternaba los nombres de Troxler y Walsh en tributo a dos buenos investigadores y dos buenos peronistas. De tanto jugarlo había conseguido dominar la interpretación de las pistas y resolvía el juego cada vez más rápido. Entonces perdió la gracia.


Así eran las madrugadas en el peaje, así fueron todas menos una. Hubo una que fue especial, significativa, inolvidable. Fue cuando tuve un encuentro con el jefe de la organización político/militar más grande de Argentina y de Latinoamérica: Montoneros. Mario Eduardo Firmenich, el hombre que en algún momento fue el más buscado del país, el Pepe, llegó hasta mí. Necesitaba algo y yo se lo conseguí. Yo sabía más de él que él de mí pero no hubo impedimento. Fue una transacción breve pero eficaz. Saludos, presentaciones, confesión de intereses, resolución y a otra cosa. Para mi fue también un primer contacto con la Historia. De más esta decir que no oculté el hecho y eso me trajo algunas presiones de la policía unos días después. Cuántos oscuros y anónimos sujetos como yo tienen este capital en su pasado?

1 comentario:

  1. Este juegiitoo de porqería me hiciste comprar una vez,, ii nunca lo pude jugar xqe venía todo en inglés ii no le entendiaa! grrr..

    Me debes varias ahora qe lo piensoo, peroo.. se arregla todo con Quidam 2010.!

    jeje
    besiitoos

    Inesiita.!

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