miércoles, 28 de octubre de 2009

ESTRELLA ROJAS (8)

Los ramblers y los valiants estaban estacionados sobre la calle Sobral. Eran 4 y estaban prolijamente ordenados en fila. La escarcha apenas si dejaba distinguirles el color. Los rambler eran dos y de color rojo, un valiant era azul y el otro celeste. Todos tenían vencido los elásticos traseros.

O eso parecía. Luego, mas tarde, al filo de la madrugada el Titi descubrió que no era una falla de esos autos casi nuevos sino la carga de muerte que descansaba en los baúles. El no era curioso pero todo lo que pudiera aprender lo entusiasmaba. Sabía que su prima andaba en algo y en algo grande. No se llega a estar cerca de Isabel así nomás. A él le hubiera gustado más una proximidad con Perón pero el general ya era finadito y, como le habían aconsejado tantas veces, mejor no mover lo huesos.

Así fue que apuró la copa de sidra y salió del Palace buscando aire y un rincón oscuro para aliviar los riñones. En el salón quedaron los primos estirados, el novio asustado, la novia de todos y el padrino tan mamado como lo había estado en los últimos 8 o 9 años.

Caminó unos pasos mientras cogoteaba para todos lados. La Plaza Independencia resultaba el baño público ideal pero ya otros se le habían anticipado. Un tío del campo, al que el vino le gustaba con poca soda, abrazaba un palo borracho como si fuera la tabla de salvación de un naufrago.

La hermana de la novia, que la seguía de cerca con la reputación de rápida, afilaba con un morocho mucho mayor que mentía vivir en el Centro cuando en realidad el trencito de Las Playas había sido el vehículo de locomoción que lo había traído hasta allí.

El Titi se acercó queriendo pasar desapercibido rumbo a unos ligustrines pero la velocidad de manos del morocho lo sorprendió. Debe ser boxeador, pensó. La hermana de la novia, parecía, tenía muchas ganas de tirar la toalla.

Cuando regresó a la puerta del Palace, Titi vio a su prima, al novio de la boda y a otros dos desconocidos acercarse a los autos. Se sorprendieron al verlo y no les quedó más que saludarlo.

Eran más de las 4 de la mañana y pensaron que tal vez se estaba yendo pero el Titi, nada, inmutable, quieto, dueño de una tranquilidad que se emparentaba con la ignorancia. Y era cierto. Ignoraba que era lo que estaba pasando pero de pronto le dieron ganas de conocer.

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