jueves, 22 de octubre de 2009

(2000) Municipalidad de Villa María


Del despido en el peaje me quedaron un 0km, 5 años de desempleo y un rencor gigante. Fueron años duros en los que hice changas como Seguridad en una oficina, corté troncos de algarrobo en un aserradero, corrí autos como naranjita en el estacionamiento medido y finalmente la generosidad de otra docente, una más, me puso en un campo para el que me había preparado académicamente. Comencé como Pasante en la Dirección de Prensa y Protocolo de la Municipalidad de Villa María, ahora que los peronistas gobernábamos la ciudad era un verdadero desafío. Que mi sueldo iba a ser la mitad de lo que ganaba en el estacionamiento medido no me importó pero sí a mi pareja. Me echó de la casa. Hizo bien.


Las autoridades me asignaron el turno tarde y una oficina para redactar gacetillas de prensa y hacer chequeos de radios. Cuando me pusieron frente a una computadora simulé un conocimiento que no tenía y mostré aplomo. Esperé que me dejaran solo y comencé un juego de ensayo – error. Para la primera gacetilla que escribí abrí al menos una docena de documentos Word ya que no sabía cómo borrar palabras, las viejas Remington de la academia de calle Tucumán no tenían esa facultad. También recuerdo que no sabía cómo guardar ese documento ni como imprimirlo. Resolví escribir todas las notas que me pidieron y dejarlas en la máquina para las personas que a la mañana siguiente las necesitaban. Hasta fingí olvido para dejar la máquina encendida porque no sabía cómo apagarla.


Esa computadora municipal era bien distinta de la que había operado en la Tesorería del peaje. En principio tenía varios programas, que luego supe que pertenecían al paquete Office. También figuras de colores y un sinnúmero de textos que se ofrecían de Ayuda y que no me resultaban tales. Por esos días reaparecieron en mi vida aquellas plaquetas planas que se insertaban en la caja que los conocidos llamaban CPU. Esas plaquetas se denominaban diskettes y eran un accesorio fundamental para el trabajo, para archivar documentos y para trasladarlos para su impresión o utilización en otras máquinas. Hoy podemos recordar que su funcionamiento no estaba garantizado por mucho tiempo, que era común escuchar que quedaba girando sin que se produjera “el contacto” o la lectura de ese diskette y hasta que directamente la computadora “no lo reconociera”.


También recuerdo que el chico que trabajaba en la mañana, Franco, dominaba la computación y su hermano era propietario de una academia de informática. Entonces era bastante más común que ahora asistir a clases de computación pero no lo consideré en ese momento. Cuando me pasaron a ese turno tuvo posibilidad de ver cómo trabajaba, observar qué teclas utilizaba para abrir y cerrar documentos, para imprimirlos, para guardaros. Le hice espionaje, marcación personal. El no lo sabe pero lo primero que aprendí fue de ese modo indirecto, marginal, casi clandestino. Del mismo modo aprendí a enviar y recibir faxes y sacar fotocopias.


El de las oficinas, habiendo pasado 5 años de la experiencia del peaje, era ahora un mundo más sofisticado y moderno. Sin embargo yo ya no era un joven y no me simpatizaba confesar mi ignorancia. El aprendizaje estaba asociado a la supervivencia, al aprovechamiento de una oportunidad que había esperado.


Recuerdo que por esos años también resultaban novedosos los teléfonos celulares y los comentarios que se escuchaban de los periodistas de Córdoba que hablaban de envíos de gacetillas por mail y de la existencia de diarios en sitios de Internet. Eso, con alguna demora, llegó a la municipalidad. De pronto me ví enviando, ahora sí, las gacetillas por un sistema llamado Outlook que ilustraba el proceso de envío con una flecha inagotable yendo de una bandeja a otra.

El trámite era lentísimo y nunca se realizaba de modo eficaz. Había que insistir una y mil veces y luego certificar con un llamado telefónico con los pocos periodistas que usaban mails si habían recibido la gacetilla. Los técnicos del área Informática de la municipalidad decían que la conexión era mala, que tenía poca capacidad, que eran muchas las máquinas conectadas al mediodía y no sé cuántas cosas más. La mayoría de las veces optaba por ir hasta un ciber, que ya eran unos cuántos en el centro de la ciudad, y hacer el envío desde allí.


Por esos días encontraba paradójico que la organización más grande e importante de la ciudad no tuviera un sistema informático adecuado y que en un quiosco de esquina, que vendía 2 atados de cigarrillos y un puñado de caramelos por día, fuera el lugar adecuado para ese procedimiento. Hoy desde afuera y con el paso del tiempo sigo, aunque por otros motivos, encontrando paradojas en la administración peronista de la Municipalidad de Villa María.

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