Cerró la puerta del auto con fuerza y decidida entró a la casa. Ni siquiera esperó el llamado arrepentido o un bocinazo conciliador. Cruzó el hall pensando cómo evitar el reproche de sus padres que la esperaban despiertos y con el mal humor que los caracterizaba en esta parte de sus vidas. La ausencia de hermanos la había hecho depositaria de tanto cariño como expectativas y había comprendido que Néstor no estaba entre esas ilusiones. Llevaba casi un año de debatirse entre las mismas presiones y no terminaba de acostumbrarse. Esos padres tiernos y generosos de la infancia se habían transformado, desde que formalizó el noviazgo, en dogos guardianes que no hacían otra cosa que mostrarle los dientes. Ese muchachito tímido y trabajador había mutado en un demandante constante de la “prueba de amor”. Con las dos amenazas se iba a dormir esa noche. Como casi todas las noches.
nos mudamos
Hace 2 años
¡¡Aguante la ficción!!
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