jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS TRES R


¿Cuándo comenzó mi afición por las corbatas? No lo sé. No podría precisarlo. Desde siempre podría decir pero no sería verdad. Y yo que me precio de memorioso debería hacer el esfuerzo para recordar el momento justo.


Tal vez cuando tendría 6 o 7 años y acompañaba a mi vieja al banco a cobrar el cheque con el que le pagaban la quincena a mi papá. En el banco, más que en ningún otro lado que yo frecuentara por esos años, veía a tantos tipos con camisas y corbatas. Todos prolijamente peinados, con camisas blancas, almidonadas, planchadas y todas combinadas con corbatas de las que no recuerdo el color ni las formas pero bien podrían haber sido marrones o grises, seguramente anchas, seguramente cortas, seguramente con el nudo simple. En ese entonces no me fijaba mucho, no le prestaba atención, me detenía sí en ese mundo simbólico que significaba el banco. Los empleados parecían atareados pero felices. ¿Cómo no serlo? Administraban la plata de muchos, contaban fajos inconmensurables, entraban y salían de una oficina donde se veía, al fondo, una caja fuerte ligeramente más pequeña que las que aparecían en la tele pero igual de tentadora.


Sería tal vez por esa imagen que tenía de los bancarios que cuando mi viejo me instaba a estudiar usaba una formula gramatical que a fuerza de repetirla se instaló para siempre en mi inconciente. “Tenés que estudiar así cuando seas grande tenés un buen trabajo, en una oficina, donde te sirvan el café”. El único lugar donde yo veía oficinas y a empleados contentos a los que les sirvieran café era en el banco. Y todos esos tipos usaban corbatas.
Poco después empezó el tiempo en que pude usarlas. La primera comunión, el acto de finalización de la primaria, algún cumpleaños como para sacar “la foto de las 3 R”. Mi nono Silverio, mi viejo Silverio Jesús y yo, Adrián Jesús. Los 3 Romero.

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