miércoles, 30 de septiembre de 2009

ESTRELLA ROJAS (4)


Mario era el menor de 3 hermanos de una familia obrera. A diferencia de los otros dos, él había podido eludir el trabajo rudo fingiendo un interés por el estudio que tarde o temprano se desmoronaría. Cuando su padre lo sentenció a emplearse como mozo en el Bar Zayas, allí frente a la Terminal, con más resignación que entusiasmo descolgó la camisa blanca, la misma que utilizaba para el secundario estéril en el Comercial, y le agregó un moño absurdo.

- Entrás a las 5 y a la una vemos. Si quedan muchos clientes te hacés unas extras- dijo Don Zayas mirándolo por sobre los anteojos sin ocultar la poca fe que le inspiraba.

- Y cuánto voy a ganar? – preguntó imprudente Mario

- También eso lo vemos después.

A las 8 y media ya había servido cerca de 25 desayunos a pasajeros de la Terminal y 6 ginebras a un trío de trasnochados. Sería por eso que le llamó la atención que esos muchachitos, algo desprolijos en sus vestimentas y en su aspecto general, solo pidieran agua. Mucha agua. Un par de sándwiches, algún que otro alfajor de maizena las mujeres y agua. Hasta él que era novato en el oficio se dio perfecta cuenta que allí había algo raro. Eran como veinte, hombres y mujeres, pero no parecía que fueran parejas. No había trato afectuoso, no se tomaban de las manos ni había proximidades sospechosas. Parecían, eso sí, preocupados, serios, casi tristes. Contrastaban abiertamente con los que bebían ginebra y se reían fuerte.


Los extraños, de acento marcadamente cordobés, pero de la Capital, tenían un par de años más que él pero estaba convencido que no podían tener muy diferentes costumbres. Mas misterio le agregaba el hecho de ver las plataformas totalmente vacías en la estación Terminal de ómnibus. Estos cordobeses andarían en autos pero no estaban a la vista. No tenían bolsos ni carteras, estaban como de paso pero no podía identificar hacia dónde.


Sus rostros, aunque inexpresivos, dejaban en claro que no habían trasnochado, aunque posiblemente alguna inquietud, alguna preocupación, esa misma que los había reunido allí, no les había permitido un descanso reparador. Pagaron y se fueron con igual sigilo con el que llegaron. Sigilo que, comprendió luego Mario, les había facilitado el ingreso al Pasatiempo y sorprender a la guardia de la Fábrica Militar, tal como asegura el diario Noticias que ahora ojea apoyado en el mostrador. Tal vez el trabajo de mozo no fuera tan aburrido como había pensado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario