Los niños de mi generación habíamos escuchado hablar de computadora y generalmente la asociábamos a las series de televisión donde se la mostraba como una máquina gigantesca que por algún secreto poder emitía de un modo impreso una información valiosísima para algo.
Poco tiempo después, siempre recordando los productos de la industria cultural, la computadora tomó forma de monitor. Particularmente recuerdo ver en la tele aún en blanco y negro unos textos en inglés y un gráfico representando un cuerpo humano girando, esa era la presentación de El hombre nuclear, verdadero éxito protagonizado por Lee Major y que nos tenía a los chicos del barrio caminando en cámara lenta y usando nuestra fuerza infinita para vencer al mal. En otro momento cabría reflexionar sobre los efectos en nuestras conciencias infantiles de todos esos programas con policías buenos que igual no hacían que perdiésemos el miedo cuando veíamos un patrullero real y concreto por el barrio. Recuerdo que en un almuerzo mi madre dijo que le habían puesto una bomba a Videla pero que había fallado y mi padre le dijo que se callara esas cosas. Por esos años 70 guerrilleros, subversivos, terroristas, bombas y muertos eran palabras que conformaban una hegemonía discursiva. También nuclear era una palabra fuerte, vinculada a la vez con el progreso pero también con el peligro.
Sin dudas El hombre nuclear ponía al desarrollo tecnológico como causa de facultades especiales para los superhéroes. No eran superpoderosos de modo misterioso sino por el desarrollo de la técnica, por la generación de conocimiento. Y allí estaba la computadora.
Curiosamente, una década después, la computadora iba a llegar al uso doméstico pero bajo la forma de teclado. El primero que en el Barrio Mainero de Bell Ville tuvo una computadora fue Luis Macía. Era una ZX Spectrum. Ese día de estreno, habrá sido por el año 1985, muchos vecinos nos congregamos en su casa pero resulta que la computadora no era la súper máquina sino similar a una máquina de escribir, más chiquita y plana, que se conectaba al televisor color. La utilidad que se le dio entonces fue para congregar amigos que le dedicábamos muchísimas horas de la tarde en el intento de hacerla funcionar.
Por razones que no comprendí entonces y sobre las que no me quiero detener ahora, la combinación de teclado y televisor resultaba insuficiente para el uso que queríamos darle. Necesitaba también un pasacassette en el cual reproducir los cassettes con los juegos, verdadero y único motivo por el cual Luis compró la computadora y nosotros nos juntábamos.
Esa carencia despertó el espíritu cooperativo y fue otro amigo, César Lagodín, el que aportó su Sanyo. Narrar las horas dedicadas al intento de hacer “enganchar” el juego en la computadora, con múltiples y milimétricas modificaciones en el volumen del pasacasstte luego de cada intento fallido sería agotador, como lo fue en ese momento practicarlo. Solo diré, apelando a un espíritu positivista de representación numérica de la frustración, que de N cantidad de intentos sólo habremos conseguido enganchar el juego un 0,5 % de veces. Y recordar que el juego en cuestión era un par de barras verticales a los extremos de la pantalla que se podían mover hacia arriba o hacia abajo para golpear una barra más pequeña que deberíamos entender que era una pelota hace que hoy, esas épicas tardes de intentos estériles hayan sido una verdadera y significativa pérdida de tiempo.
El entusiasmo y la expectativa por jugar jueguitos en la computadora cobraban en Bell Ville una dimensión diferente a lo que puede haber sucedido en otras localidades de la región. Ocurre que en la ciudad natal de “El matador” Mario Kempes existía una disposición que prohibía los comercios dedicados a los videojuegos, flippers y esos divertimentos comunes en la época pero totalmente ausentes allí. Luego, siendo muchacho grande, y al no entender qué significaban las palabras insert coins ó tildado descubrí que había toda una terminología relacionada a las “maquinitas” que ignoraba por ausencia de esa práctica. Pero aunque no las tuviésemos ni usásemos sabíamos de su existencia ya que las veíamos en los esporádicos viajes a Córdoba, a esas exposiciones de la FICO, que entre tantas horas dedicas a observar máquinas, stands y promotoras, nos dejaban unos minutos para hacer turismo por el centro. Y allí estaban. Entreteniendo, divirtiendo, alegrando a una generación de jóvenes entre los que no estábamos.
Por eso, cuando Luis Macía dijo que los padres le habían comprado una computadora y que podríamos jugar jueguitos nos ilusionamos, nos juntamos, nos reunimos, nos alternamos en los intentos y nos frustramos. Una tarde agarramos las bochas y nos fuimos a la canchita. Y así sí nos entretuvimos, nos divertimos y nos alegramos.
Moi couche le chapeau.Félicitations (la traducción es una mezcla de "El Negro Morales" y babelfish. Desde "ruso y normando" (y sus connotaciones políticas)para acá (un verdadero fragmento literario de ciencia ficción), un relato entre lo dolinesco y lo maineresco que llegaron al hipotálamo.
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